Hasta hace poco tiempo, se
mantenía la tesis de que el “crimen era cosa de hombres” y
que la participación
de las mujeres era secundaria, aleatoria o simplemente casual. Los hechos nos
demuestran que no es así. Si las pandillas, maras o bandas delincuenciales han
desarrollado una organización militar y empresarial, estamos hablando de crimen
organizado, de delincuencia organizada, y no tiene por qué excluirse al sexo
femenino.
Vale la pena puntualizar que
las mujeres que se involucran en el crimen organizado no necesariamente lo
hacen de manera involuntaria o forzada, existen mujeres malas, perversas,
ambiciosas que saben exactamente lo que hacen y el objetivo que persiguen.
La Historia se ha encargado de
demostrar que alrededor de las mujeres gira no solamente el amor sino también
la rebelión y es ello lo que las convierte en malévolas, siniestras, tanto que
delinquir para ese tipo de mujeres es algo cotidiano y aunque el mal y la
perversidad son temas delicados de tratar, las malas no son tan malas como las
describen ni las buenas lo son tanto como lo aseguran.
Una cosa es delinquir por
necesidad y otra por perversidad. Incursionar en el crimen organizado, al
extremo de ser ellas las que organizan un crimen, ya no debe sorprender a
nadie. Puede ser que la conducta de las mujeres jóvenes violentas, se deba a su
constante lucha por sobrevivir en un mundo que ha sido hecho por y para
hombres.
Tampoco puede justificar su
conducta los siglos de sumisión bajo el yugo masculino para poner de manifiesto
su aletargado poder seductor, belleza, inteligencia, astucia, sensualidad y
sobre todo maldad.
Diferentes estudios a nivel
mundial, demuestran que la mujer se inicia en actividades delincuenciales organizadas
o propiamente en el crimen organizado, también por voluntad propia, y a
temprana edad.
El conocido discurso de que
los causantes de este flagelo son el desarraigo familiar, incomprensión,
violencia familiar, pobreza, abandono, emigración, inmigración, migración,
violaciones, explotación, analfabetismo, ambición, abuso o coacciones, es
absolutamente cierto. Sin embargo, son pocos y vanos los intentos que hacen las
diferentes entidades sociales para evitar la proliferación y expansión de las
agrupaciones delincuenciales conformadas por y con mujeres de diferentes
edades, debido a que se ha estigmatizado la figura del varón como único y
exclusivo delincuente capaz de organizarse, por eso se habla de “los
pandilleros”, “los mareros” “los delincuentes” o “los atracadores” de un modo
general, refiriéndose a las mujeres integrantes simplemente como sus
“compañeras sentimentales” o “parejas”, no se habla de “socias”, “secuaces”,
“jefas”, “capacitadoras” “entrenadoras” o “ejecutoras”.
Poco o casi nada exclusivo,
concreto y puntual se habla de las mujeres pandilleras, mareras, mafiosas,
sicarias, narcas, atracadoras, asesinas, terroristas o maleantas
organizadas. Atribuyo ese hecho al mal uso o uso correcto, - según sea el caso-
de los apelativos o adjetivos calificativos tanto en femenino como en
masculino. Y es que” la” delincuencia no es femenina ni “el” crimen masculino.
Sin embargo, no vamos a entrar en análisis frívolos de “miembros o miembras”
del crimen organizado.
Las mujeres también se han
organizado criminalmente, es una lamentable y lacerante realidad.
*Ivette Durán Calderón es
jurista e investigadora histórico social.
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