El hombre es por antonomasia un ser social, que puede y debe vivir en sociedad, y para ello ha establecido normas, que se han ido mejorando con el transcurrir del tiempo y con el progreso mismo de la humanidad.
Basándonos en las enseñanzas
del filosofo Felicien Challaye consideramos importante entender que para vivir
en paz y buscar la felicidad, es necesario ser tolerantes con los errores
ajenos, practicar la solidaridad y justicia como un ideal importante del
esfuerzo humano. El sentimiento que nos lleva a no perjudicar a otro, es el de
la justicia.
Al sentimiento que nos impulsa
a hacer bien a los demás se le puede llamar caridad, entendiéndose por tal, el
amor a los otros hombres sin que intervenga el amor de Dios. De ordinario los
deberes del hombre para con la humanidad se dividen en deberes de justicia y,
deberes de caridad.
Los deberes de justicia son comúnmente negativos; consisten en abstenerse antes que en
obrar y se expresan por medio de negaciones: No matar, No robar, No hacer el mal, No mentir, No calumniar, No traicionar…
De hecho, la justicia es el
respeto al derecho o a los derechos del otro. Asimismo, la justicia ha sido
definida como el sentimiento que nos impulsa a no hacer daño a los demás, siendo
precisamente justos.
El vocablo justicia es
aplicable a los hombres y a las sociedades. El hombre justo procura no hacer a
los otros lo que a él no quisiera que otros le hiciesen. Una sociedad justa es
una sociedad en que los derechos de todos son igualmente respetados.
De un modo general, los
deberes de justicia consisten en respetar la vida de los demás, su libertad, su
facultad de pensar libremente, su propiedad, su honor, los contratos suscritos
y las promesas hechas.
En los tiempos que corren, aprovechar las redes sociales para escudarse detrás de un dispositivo para repetir, divulgar y compartir noticias que son simples especulaciones, rumores periodísticos, acusaciones o denuncias sin sentencia, es el más bajo nivel de la mediocridad de un ser indigno acomplejado y rebasado de envidia que, además, desconoce las leyes o hace caso omiso de ellas.
Dañar el honor es la
sempiterna agresión rastrera y furtiva de quienes son incapaces de enfrentar a
sus enemigos de frente y sin temor a las repercusiones. Recordemos que la
calumnia y sus consecuencias son el tema central de la obra clásica “Otelo” de
William Shakespeare.
Sin embargo, es preciso
aclarar que si se presenta un caso de verdadero interés nacional y humano como
ser la falta de honradez de ciertos hombres públicos y la denuncia va
acompañada de pruebas aceptando las responsabilidades consecuentes, el
cumplimiento de este deber constituye un acto tanto más meritorio, cuanto
mayores son los riesgos de los que va acompañado.
Entonces, si somos inocentes
víctimas ¿cómo comportarnos con quien nos ha hecho daño o nos ha ofendido? La
decisión es personal. La moral religiosa de Cristo y de Buda nos dicen que:
“hay que ser indulgente y perdonar”. Idea aceptable, sin embargo, no
confundamos el perdonar, con nuestro deber de “defender nuestros derechos y
nuestro honor” cuando estos son conculcados, violados, vejados y vilipendiados.
El pensamiento del célebre
Confucio parecer ser menos idealista y de sabiduría más humana: “Hay que
devolver bien por bien y, justicia por injusticia” acotando su magnánima
sentencia: “deseo larga vida a mis enemigos…para que contemplen mis éxitos”.
Ivette Durán Calderón es
jurista, experta internacional en Inmigración y Extranjería. Autora en
diferentes géneros literarios, investigadora sociojurídica, comunicadora social
y gestora cultural. Contacto: ivettedurancalderon@gmail.com
RR.SS.