Ivette Durán Calderón
A fines de 1600, don José Marcellano de Anderas, natural de Viscaya, ejercía el cargo de Alcalde ordinario de la cuidad de La Paz, Bolivia; dicha posición muy ambicionada, tenía una gran responsabilidad y significación social; abarcando inclusive la administración de Justicia en lo Civil y Penal, así como de cualquier delito de orden público: teniendo a su mando a los funcionarios llamados Alguaciles o Cañaris.
Famoso por su rectitud a toda prueba, a pesar de la astucia de los contrincantes. Cuando de aplicar justicia se trataba, se mostraba implacable y duro inclusive con los propios peninsulares y amigos, quienes valga la oportunidad de comentar, casi siempre se hallaba en pendencia. Don José Marcellano de Anderas, infundía muchísimo respeto, siempre serio, impenetrable; concedía una oportunidad a todos, tenía mucha paciencia para escuchar a los humildes (cosa rara para la época), esforzándose por comprender sus problemas y sus fallos eran categóricos, generalmente justos.
Aquellas tarde la Sala del Ayuntamiento estaba repleta. Uno de los litigantes era Pablo “el gallego” , hablador y bullicioso, regordete y bajito, una incipiente calva y un vientre prominente acusaban sus años y su vida cómoda; poseía además de un comercio, una pequeña hacienda cercana a la cuidad, donde criaba ganado vacuno y porcino; demás esta decir que era peleador, tacaño de nacimiento y tenía enemigos a granel.
El denunciante de mediana estatura, delgado, bigote ralo, ojos negros y profundos; emprendedor y ambicioso,- había caído en la trampa del “gallego”-
Abierta la Sesión, la palabra la tenía el provinciano don Plácido López, quien avanzaba tímidamente, un sudor frío le recorría todo el cuerpo, sombrero en mano, apretujándolo y dándole vueltas, empezó: Señor… digo Excelentísimo señor Alcalde…mi deseo es explicarle el motivo de este infeliz momento en el que me hallo metido. Tosió y prosiguió…Este “chancho gallego” me ha vendiu un pradillo de raza por el que le pagué contante y sonante.
Un momento señor mío… ¡un momento!, no se acepta en esta Corte, insultos, motes ni malas dicciones menos dicterios…¿entendido?...prosiga
Y…bueno, como le iba diciendo, le pagué y ahora pretende decir, que no le pagué…y, Señor, digo Honorable señor no me parece grosería tratar de “chancho” a semejante pillo que trató de…
¡ALTO, si continua usted así y no hace caso a mis amonestaciones me veré obligado a ...
Pido disculpas a su Merced. Lo cierto es que le pague todito, ni siquiera quiso rebajarme y el chancho digo el “gallego”, dijo que me lo entregaba en su chacarilla en Chijini sobre la calle de las Carretas, junto a mi gente a las siete de la noche, fuíme a recoger la bestia y solamente me dejaron entrar a mi solito, busque a mi “padrillo” y éste estaba al fondo, cuando ya le ponía el lazo de tiro, es cuando el chancho…el galle…digo Don Pablo, muy suelto de cuerpo, me empujó y me dijo: ¡Hey! Chulo… aquí las cosas al contao, diciendo eso gritó a sus mozos, quienes aparecieron y me rodearon. Prosiguiendo ¡pagad su importe! Y os lo lleváis. Yo díjele; ¡Pero Don Pablo!, esta mañana en la Feria, se lo pagué toditito al contao…
Entonces el chancho caballero, gallego…dijo: ¿Qué? …¡Mentís, no me habéis dado ni un solo maravedí por él, y ahora su Merced, respetuosamente pido que me dé mi padrillo o me devuelva mi plata. Por Dios ¡Cómo ha de hacerme pagar dos veces! ¡púchale!.
El Alcalde muy gravemente inquirió ¿tenéis testigos?
¡¡¡TESTIGOS!!...¡NO! ¡Ay! Por Dios, Jesús María. ¿Hacen Falta testigos? No tengo testigos.
Quien juzgaba, inquirió con serenidad a Don Pablo diciéndole: Usía, ¿Habéis recibido el dinero?
Juráis decir la verdad; el gallego extendiendo la mano, y besando la cruz dijo: Vuestra merced, juro; es una falsedad, “ no recibí ni un solo céntimo”; este es un falsario, un ladino, un atrevido, exijo se lo juzgue en su categoría.
Don Plácido López ya no estaba tan plácido ni tan seguro, se levantó a increpar al gallego, los Cañaris lo contuvieron.
Entonces, Don José Marcellano de Anderas, haciendo y rompiendo toda regla, dijo: “Señores la causa esta abierta, siento que Don Plácido no podrá recobrar el semental, pero por lo menos necesita recuperar algo de su capital, Para volver a Provincia. En vista de ser un caso harto curioso, no contemplado en el Código de su majestad, propongo a la Sala hacer una colecta para compensarlo. La encabezaré yo mismo, con estos diez. Seguro estoy que hay entre los presentes algunos que deseáis imitarme…A ver Don Pablo… ¿No creo que Usía se atrevería a negarme un óbolo?
Señor Magistrado, replicó sonriente (viendo la cusa ganada a su favor), no deseo quedarme atrás de su Merced, aunque es tozudo el gañán, pues aquí van otros diez… Fue a ponerlas sobre la mesa de escribanía e inmediatamente el Señor Alcalde Ordinario y Juez de la causa, tomó las monedas en su mano examinándolas muy despacio, luego mirando fijamente al “gallego” le dijo:¡¡Pero cómo os atrevéis a exhibir moneda falsa ante un Tribunal de Justicia!!...
¡Vamos, vamos! Bien sabéis que esto es contra la ley y tiene ¡pena de muerte! ¡Confiese su origen! Esta vez Don Pablo el gallego dejó su sonrisa burlona, pálido y muy sinceramente, luego de vacilar, viendo que los Cañaris se le abalanzaban dijo: Quien ha de confesaros todos esos delitos, es este gañán, ¡ pues estas son las monedas con que me pagó!...
¡Ajá!... ¿Entonces confesáis que os pagó?...Pues entregadle ya mismo la bestia y Usía, tenéis arresto por falso testimonio.
¿Y las monedas…?
¡Ah!... ¡Las monedas!... os advertí que este era un caso muy especial, no contemplado en el Código, pero yo tenía un pálpito. Las MONEDAS son verdaderas y se quedarán como MULTA.
Compilación del arrchivo de la familia Losa Balsa
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